Admirando la Rosa de nuestra perdición...

- Si tuvieras nuestro instinto no opinarías igual.

-No deja de ser estúpido. -Me encojí de hombros. -No hay excusa.

- Tú mismo. -digo indiferente.

Ladeo la cabeza.
-Pero... para sobrevivir hay que estar en algún bando y ser listo, ¿no?

- No en ese orden, pero si, esa es la idea.

Asiento.
-Supongo que... deberia estar en algún bando. -Suspiro.

*Le miro y alzo una ceja.*

Suspiré, algo resignado.
-Supongo que, si mi padre quiere, deberia estar en tu bando, puesto que... supuestamente es el mismo que el mio.

- Eso pensaba yo, y ten por seguro que eso es lo que quiere.

Mi mirada se clavó en el suelo. Estaba como rendido. Al fin y al cabo, siempre estaremos atados por los bandos, queramos o no.
-Está bien... a partir de ahora serás mi señora.

*Sonrio, triunfal.*
- Me alegro de ello. eres el guerrero más capaz de todos a los que he visto.

Me la quedo mirando.
-¿Lo dices en serio?

- Palabra. -digo seriamente.

Parpadeo varias veces.
-Eso... me alaga, mi señora.

*Niego con la mano.*
- Y que esperabas? Muchos de os que me he encontrado por este mundo de mi creación son solo piltrafas.

Empiezo a reirme.
-Entiendo.

*Me rio por lo bajo.*
- Hay cada pieza.

Enarco una ceja.
-Ya veo. Pero no os preocupéis, ya estoy aquí para que todo salga a la perfección.